Mare Aeternum
¿Y qué puedo escribir del Mar que trovadores y juglares no hayan recitado o cantado ya?
Sólo basta con pararme a tus orillas para que tu fiel compañero, el viento, me arrebate y deje que atraviese mi espíritu con el recuerdo de costas lejanas, brumosas, y abandonarme para que las musas hagan el resto...
Mientras la niebla me envuelve y me dejo llevar por tus brazos invisibles no puedo evitar que un sentimiento de melancolía me invada: acaso será mi frustración por mi ridícula ambición de no poder abarcarte entre mis brazos, acaso mi pequeñez que se delata ante tanta inmensidad, tanta imponencia que al mismo tiempo invita a perderme en ella, como si un embrujo se hubiera apoderado de mí y ya no fuera dueño de mi cuerpo ni de mi voluntad. ¿Y quién sabe? Tal vez debiera dejarme llevar hacia tus líquidas entrañas, esperando que los secretos de eones que guardas celosamente se rebelen ante mis ojos: que naves cargadas con tesoros ambicionados por negras almas surjan de entre tus celosías, que la olvidada Atlántida yazca en algún lugar de tu seno, esperando por el día de su absolución que tal vez nunca llegue...
Has dejado que los hombres en sus peregrinaciones te atraviesen siempre atentos a tu maleable humor: ora los has bendecido con la dicha de unir puertos, ora los has condenado sellando su destino, vedándoles el alba...
El Sol, ese eterno viajero astral que te ha visto nacer, besa tu rostro al aurora de su marcha, vistiendo tu manto con plateados destellos, regalándote azules profundos y verdes esmeraldados al mediodía de su paso, despidiéndose de ti al infinito ocaso con visible tristeza reflejada en su apagado brillo que las nubes se apresuran a tapar para que no lo veas llorar.
Y mi alma que se hace eco de ese desconsuelo mitiga su dolor sabiendo que tu danza inmortal permanecerá incluso cuando la última ilusión haya sido cumplida, cuando el ultimo deseo haya sido satisfecho, cuando la última pena haya sido borrada...
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