23 de septiembre de 2012

Amantísimos

 

El camino de baldosas descoloridas fue testigo inesperado de su paso, un árbol de añejas ramas se apresuró a inquirir desde cuando su lazo era tal, nadie supo contestar, pues se sabe que la unión de dos amantes es atemporal. El ruiseñor al sobrevolar el camino dedicóles sus más dulces trinos, mientras el viento arremolinaba los cabellos de ella acariciándolos, perfumándolos con la esencia única de quién se sabe ha desandado lugares que voluntades aún no han recorrido. El Sol del atardecer adornó con sus mejores rayos la dicha de él, congelando en un eterno instante aquel momento de perfeccíon que ningún profano fotógrafo podría siquiera aproximar.
El arroyuelo, vástago de la madre lluvia, reflejó timidamente en sus pliegues de efímero cristal las figuras de ambos en una íntima fusión, desnudando a las miradas desapasionadas cómo dos enamorados se hacían uno.
La rosa que asomaba al borde del sendero ofreció su existencia cuando el afán de él la arrebató de la tierra, comulgando con ella en sus manos sabedora que jamás ningún sacrificio fue más altruísta, más necesario, y cuya recompensa fue sellar simbólicamente en sus pétalos aterciopelados el amor de sus almas afines.
Mientras se perdían lentamente en el horizonte, al ocaso, la primera estrella vespertina se apresuró a ser partícipe del deambular de estos corazones rendidos cobijándolos con su luz cenicienta al tiempo que elevaban hacia ella sus más tiernos anhelos...




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